Introducción al feminismo

El feminismo es un movimiento social y político que busca la liberación y empoderamiento de la mujer. Es una lucha por y para mujeres. Cómo consecuencia de ésta se dará una equidad. No es lo mismo que el machismo, ni su contrario. El machismo es desigualdad, el machismo es violencia estructural y sistemática, el machismo mata. El feminismo no ha matado a nadie y no es un movimiento que promueva desigualdad de género. Y no, cuando hablamos de empoderamiento no hablamos de poner a la mujer como superior al hombre.

El término empowerment o empoderamiento de las mujeres, como estrategia para la igualdad y la equidad, fue impulsado en la Conferencia Mundial de las Mujeres de Naciones Unidas en Beijing (1995) para referirse al aumento de la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder. Actualmente esta expresión conlleva también otra dimensión: la toma de conciencia del poder que individual y colectivamente ostentan las mujeres y que tiene que ver con cambios para la superación de las prácticas culturales y estructurales que contribuyen a perpetuar su situación de desventaja y desigualdad. Por empoderamiento de las mujeres nos referimos al proceso por el cual las mujeres, en un contexto en el que están en desventaja por las barreras estructurales de género, adquieren o refuerzan sus capacidades, estrategias y protagonismo, tanto en el plano individual como colectivo, para alcanzar una vida autónoma en la que puedan participar, en términos de igualdad, en el acceso a los recursos, al reconocimiento y a la toma de decisiones en toda las esferas de la vida personal y social. Además, este proceso de empoderamiento de las mujeres debe incorporar una visión crítica sobre el sistema de género, sobre los papeles y estereotipos asignados por el género a los sexos y sobre los déficits de participación históricos de las mujeres. Debe acompañarse por estrategias que potencien la igualdad efectiva en el acceso a los recursos básicos, entre ellos, la educación, la sanidad o el empleo de calidad. Y debe incorporar reconocimiento y revalorización de las mujeres por sus aportaciones en cualquier campo de la actividad humana y por su capacidad para luchar por sus derechos y su emancipación, es decir, una genealogía feminista. El empoderamiento de las mujeres es tanto un proceso (individual y colectivo) como un objetivo a lograr, por lo que requiere también afrontar estrategias para lograr la igualdad efectiva en todos los ámbitos de la vida. Y, particularmente, impulsar una mayor participación de las mujeres en los escenarios de poder, hasta lograr una participación paritaria.


Los Principios para el empoderamiento de las mujeres ofrecen a las empresas y al sector privado orientaciones prácticas sobre cómo empoderar a las mujeres en el lugar de trabajo, los mercados y la comunidad. Estos principios, elaborados a través de una asociación entre ONU Mujeres y el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, están diseñados para ayudar a las empresas a la hora de examinar las políticas y prácticas que aplican —o a crear otras nuevas— en el ámbito del empoderamiento de las mujeres.


De forma resumida, estos principios consisten en lo siguiente:

  1. Promover la igualdad de género desde la dirección al más alto nivel.
  2. Tratar a todos los hombres y mujeres de forma equitativa en el trabajo; respetar y defender los derechos humanos y la no discriminación.
  3. Velar por la salud, la seguridad y el bienestar de todos los trabajadores y trabajadoras.
  4. Promover la educación, la formación y el desarrollo profesional de las mujeres.
  5. Llevar a cabo prácticas de desarrollo empresarial, cadena de suministro y mercadotecnia a favor del empoderamiento de las mujeres.
  6. Promover la igualdad mediante iniciativas comunitarias y cabildeo.
  7. Evaluar y difundir los progresos realizados a favor de la igualdad de género.

Los Principios para el empoderamiento de las mujeres, que se presentaron en 2010 en ocasión del Día Internacional de la Mujer, constituyen una adaptación de los Calvert Women’s Principles® (Principios Calvert para las Mujeres), originalmente elaborados en colaboración con UNIFEM (hoy ONU Mujeres) y publicados en 2004 como el primer código de conducta empresarial mundial centrado exclusivamente en el empoderamiento, el progreso y la inversión en las mujeres de todo el mundo. Como afirma ONU Mujeres (Agencia de Naciones Unidas para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres), en todas las esferas de la vida, ya sea en los órganos políticos o las reuniones empresariales, las mujeres tienen muy poca participación en las decisiones que las afectan. Las cuotas y otras medidas de acción positiva dan lugar a una mayor participación de las mujeres. Y ONU Mujeres también pone en el punto de mira el empoderamiento económico: “En comparación con los varones, las mujeres están muy rezagadas en el acceso a la tierra, el crédito y el empleo decente. Siguen sufriendo de manera desproporcionada la pobreza, la discriminación y la explotación. La discriminación de género implica que a menudo las mujeres acaban desempeñando trabajos no seguros y mal pagados, y siguen siendo una pequeña minoría en puestos directivos. Es necesario derribar las múltiples barreras que impiden a las mujeres aprovechar las oportunidades económicas. Fomentar el empoderamiento económico de las mujeres contribuye directamente a la igualdad de género, la erradicación de la pobreza y el crecimiento económico inclusivo”. Por lo tanto cuando hablan de empoderar a la mujer NO hablan de ponerla en una posición de superioridad frente al hombre.




Aunque el objetivo principal (o mejor dicho, meta) del feminismo es la liberación y empoderamiento de la mujer, este consta de varios objetivos que hay que lograr para llegar a la meta de nuestra liberación. Algunos varían según la corriente feminista que esté cada uno pero pondré los de la mía (feminismo socialista abolicionista):

1. Aborto legal, seguro y gratuito. 2. Educación sexual integral y feminista. 3. Compresas (toallitas, tampones, copas menstruales) gratis. 4. Acabar con el acoso callejero. 5. Eliminar los cánones de belleza. 6. Acabar con la gordofobia. 7. Acabar con los feminicidios.
8. Acabar con la brecha salarial. 9. Acabar con el techo de cristal. 10. Acabar con la violencia de género. 11. Eliminar el amor romántico. 12. Instaurar un amor libre. 13. Acabar con las violaciones. 14. Eliminar la cultura de violación.
15. Eliminar el slut-shaming y el victimblaming. 16. Abolir la hipersexualizacion sistemática femenina. 17. Eliminar la cosificación femenina. 18. Abolir las imposiciones sociales. 19. Eliminar la heteronornativa y la cisnormativa. 20. Abolir la mutilación genital femenina.
21. Acabar con la estigmatización de la menstruación. 22. Eliminar el mansplaining y el manspreading. 23. Abolir el género. 24. Abolir la cultura de la pedofilia. 25. Abolir la prostitución y el porno.
26. Abolir los vientres de alquiler. 27. Eliminar las relaciones de poder. 28. Acabar con el capitalismo y el patriarcado.








¿Por qué la RAE dice que el feminismo busca igualdadComo todas sabemos la RAE refleja y recoge las palabras utilizadas en nuestra sociedad. Sin embargo hay muchas con las que no estamos de acuerdo.
En este caso explicaré el porqué la RAE mantiene a 2017 la definición de que el feminismo es igualdad. Básicamente la idea de que el feminismo es igualdad está tan extendida en la sociedad que se ha reflejado en el diccionario, por lo que realmente no es culpa de la RAE sino nuestra, ya que desde el principio nos han enseñado mal lo que buscaba este movimiento. Cuando una mujer empieza a formarse en el feminismo ve que efectivamente el feminismo NO es igualdad, sino q esta es una de las consecuencias, entonces, ¿de dónde hemos sacado esa idea errónea de esta lucha? Pues del feminismo de la igualdad (en contraposición con el feminismo de la diferencia), ya que es la corriente más extendida. El feminismo de la diferencia diverge del feminismo de la igualdad, pues este considera que la masculinidad y la feminidad son roles de género construidos socialmente con los que hay que acabar. En cambio, el feminismo de la diferencia propone una invención constante del significante que es el cuerpo separado del mandato cultural hecho por el patriarcado (el género). No hablan de desigualdad, sino de diferencia. Y plantea la igualdad entre mujeres y hombres, nunca de las mujeres con los hombres. El feminismo de la igualdad habla de igualarse a los hombres. Desde el feminismo de la diferencia se cuestiona que el feminismo de la igualdad tenga por objetivo compartir el poder con los varones sin cuestionar la esencia de ese poder, y el no dar importancia a estas otras marcas culturales llevándolas a acusarlo de ser un feminismo burgués y blanco ciego a las demás dominaciones. Del feminismo de la diferencia salen las ramas como el feminismo radical, feminismo anarquista, etc. Y el de la igualdad sale por ejemplo el feminismo liberal que se considera individualista y superficial.
¿Qué es lo que sucede con la RAE? Que ha puesto como definición de feminismo la del feminismo de la igualdad. Algo erróneo pero a causa de la desinformación general del feminismo, ésta es la más extendida. Y además ha obviado el propósito principal del feminismo poniendo sólo un resultado (algo impreciso). Por lo que he llegado a la conclusión de que sí, la RAE está errada, pero como sociedad generalmente estamos desinformadas. Así que antes de iros a la primera definición que encontréis, contrastad con otras fuentes ya que no todas van a ser fiables. Si queréis hablar de feminismo hablad con feministas, leed a feministas y no a la RAE que no se encarga de nuestra lucha.


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Querer llamar al feminismo igualitarismo o cualquier otra cosa es ignorar e invisibilizar que la sociedad nos dividió en dos grupos y excluyó y oprimió a solo uno de ellos. Es no entender que el problema no es con ser humanO sino con ser humanA. La violencia y la opresión que sufre la mujer es estructural y sistemática, el hombre no recibe eso por el hecho de ser hombre. Lo único que sufre son daños colaterales del propio machismoImaginen que hay dos vasos, el de los hombres y el otro el de mujeres, en el primero está lleno de agua hasta la mitad (el agua vendría a representar los privilegios) y el segundo está vacío. El feminismo puede conseguir igualdad, es una de sus consecuencias, es el camino para conseguirla pero decir que busca igualdad es vaciarlo de significado, despolitizarlo completamente ¿por qué? porque éste lo que hará es quitarle el agua a el de los hombres (y esta es la parte que no les gusta y por el que odian o le tienen miedo al feminismo), entonces no tendría más privilegios por ser hombre y estaría al mismo nivel que la mujer: igualdad. Volvemos a recalcar que el agua son los privilegios y no los derechos, que son cosas diferentes.
Algo que no es correcto es comparar opresiones para tratar de deslegitimar a otra, no puedes decir que es peor en occidente porque la opresión sigue siendo igual. Nos sigue oprimiendo el patriarcado solo por ser mujeresNos matan, nos violan, nos acosan, nos sexualizan, nos cosifican y nos maltratan. Ya basta de callar. Se creen con derecho a tocarnos, a decidir por nosotras, a decirnos que debemos hacer. Y aún hay mujeres que no se dan cuenta.

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Vivimos en un sistema económico, político, social y cultural que pone por encima a los hombres y les da privilegios, este sistema se denomina: patriarcado. En su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social. Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintas épocas históricas, y fueron retomados en el siglo XX por el movimiento feminista de los años sesenta en la búsqueda de una explicación que diera cuenta de la situación de opresión y dominación de las mujeres y posibilitaron su liberación. Las feministas han analizado y teorizado sobre las diferentes expresiones que ha ido adoptando a largo de la HISTORIA y las distintas geografías, estructurándose en instituciones de la vida pública y privada, desde la familia al conjunto de la social. También fueron definiendo los contenidos ideológicos, económicos y políticos del concepto que, conforme a Carol Pateman (1988), es el único que se refiere específicamente a la sujeción de las mujeres y singulariza la forma del derecho político que los varones ejercen en virtud de ser varones. En los relatos sobre el origen o la creación de los sistemas de organización social y política, del mundo público y privado, hallamos historias conjeturales, considerando algunas que la sociedad emerge de la FAMILIA patriarcal, o las más actuales, que se origina en el contrato. El PODER en el patriarcado puede tener origen divino, familiar o fundarse en el acuerdo de voluntades, pero en todos estos modelos, el dominio de los varones sobre las mujeres se mantiene.
  • Gerda Lerner (1986) lo ha definido en sentido amplio, como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”. Sus investigaciones se remontan a la Mesopotamia, entre los años 6.000 y 3.000 A.C. “En la sociedad mesopotámica, como en otras partes, el dominio patriarcal sobre la familia adoptó multiplicidad de formas: la autoridad absoluta del hombre sobre los niños, la autoridad sobre la esposa y el concubinato”. María Milagros Rivera Garretas, señala como estructuras fundamentales del patriarcado las relaciones sociales de parentesco y dos instituciones muy importantes para la vida de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria y el contrato sexual. La institución de la heterosexualidad obligatoria es necesaria para la continuidad del patriarcado, ya que expresa la obligatoriedad de la convivencia entre varones y mujeres en tasas de masculinidad/feminidad numéricamente equilibradas. Junto con estas dos categorías se encuentra la política sexual o relaciones de poder que se han establecido entre varones y mujeres, sin más razón que el sexo y que regulan todas las relaciones. En el patriarcado no todas las relaciones son familiares, por tanto no se puede entenderlo literalmente sino a riesgo de dejar fuera las demás instituciones sociales que realmente comprende. La forma de entenderlo como poder de los padres, llega hasta la modernidad, donde el ascenso de una nueva clase, la burguesía, necesita dar otro fundamento al ejercicio del poder para adaptarlo a los cambios producidos. Este nuevo fundamento es el pacto o acuerdo social, mediante el cual se organiza el patriarcado moderno. Algunas autoras consideran que en la constitución del patriarcado moderno, los varones también pactan su poder como hermanos. Los ideales de igualdad, libertad y fraternidad remiten a este pacto entre fraters. Celia Amorós, citada por Rosa Cobo (1995), apunta a la constitución de la fratria como un grupo juramentado, aquel constituido bajo la presión de una amenaza exterior de disolución, donde el propio grupo se percibe como condición del mantenimiento de la identidad, intereses y objetivos de sus miembros. Con la formación de los Estados modernos, el poder de vida y muerte sobre los demás miembros de su familia pasa de manos del pater familias al Estado, que garantiza principalmente a través de la ley y la economía, la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos. Las teorizaciones sobre el patriarcado fueron esenciales para el desarrollo de las distintas corrientes del feminismo, en sus versiones radical, marxista y materialista, entre otras. Desde los primeros trabajos de Kate Millet (1969), para el feminismo radical la sexualidad de las mujeres se considera prioritaria en la constitución del patriarcado. La autora con el término, se refiere a las relaciones sexuales como relaciones políticas, a través de las cuales los varones dominan a las mujeres. Shulamit Firestone (1976) postula como base de la opresión social de las mujeres, su capacidad reproductiva. Anna Jonásdottir plantea el problema básico de este sistema como: “una cuestión de lucha de poder socio–sexual específica, una lucha sobre las condiciones políticas del amor sexual”. Sigue a Millet y a Firestone al centrarse en la sexualidad y el amor al “cuestionar la forma presente de heterosexualidad dominada por el hombre y las articulaciones del poder sexista en la sociedad moderna en general” (Jonásdottir 1993). Otras corrientes consideran que las relaciones de reproducción generan un sistema de clases sexual, que se basa en la apropiación y el control de la capacidad reproductiva de las mujeres, y que existe paralelamente al sistema de clases económico basado en las relaciones de producción. Dentro del denominado feminismo materialista, Lidia Falcón considera a las mujeres como clase social y económica, siendo los padres–maridos quienes controlan el cuerpo femenino y se apropian del trabajo productivo y reproductivo de aquellas. Por su parte, Christine Delphy afirma la existencia de una “relación de producción entre marido y mujer en la familia nuclear moderna, consistente en la relación de una persona o jefe, cuya producción se integra al circuito mercantil, con otra que le está subordinada, porque su producción, que no se integra a ese circuito, es convertida en algo invisible”. En virtud del matrimonio y del trabajo doméstico gratuito, las mujeres comparten una posición común de clase social de género. En la línea del feminismo marxista, una de sus exponentes más importantes, Heidi Hartmann (1981) sostiene la teoría de los sistemas duales definiendo el patriarcado “como un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material, y aunque son jerárquicas, crean o establecen interdependencia y solidaridad entre ellos que los capacitan para dominar a las mujeres”. No es sólo el sistema, sino los varones como tales quienes oprimen a las mujeres. La restricción de su sexualidad, junto al matrimonio heterosexual, como formas de control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres son elementos cruciales del patriarcado, que no descansa sólo en la en la familia, sino en todas las estructuras que posibilitan este control. Para Audre Lorde (2003) las mujeres están expuestas a distintos grados y tipos de opresión patriarcal, algunas comunes a todas y otras no. En la América conquistada por los españoles, la subordinación de las mujeres se consolida especialmente a través de las Leyes de Partidas, la familia patriarcal y la influencia y poder de la Iglesia católica, continuándose en las leyes de los Estados–Nación que se van constituyendo a lo largo del siglo XIX.


    • En términos generales el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia. Los estudios feministas sobre el patriarcado, y la constatación de que se trata de una construcción histórica y social, señalan las posibilidades de cambiarlo por un modelo social justo e igualitario.

    • No se nos ocurren mayores muestras de insolidaridad hacia lo femenino que negar o justificar esa opresión. Al margen de una mayor o menor participación (que no cooperación) en la reproducción del patriarcado, la mayoría de las mujeres no han contado con las herramientas suficientes para hacer frente al poder masculino. Fundamentalmente porque no comparten las mismas condiciones objetivas (trabajo, participación, producción) ni están inmersas en el mismo proceso de socialización (conocimientos, formación, cuidados recibidos, padecimientos sufridos, etc.). Por lo tanto ese tipo de discursos son altamente peligrosos, ya que tienden, por el contrario a anular toda responsabilidad por parte de los opresores. En el plano histórico, al analizar los orígenes de la dominación masculina sobre las mujeres, se nos plantea la duda de que si sexuar el pasado es necesario o no, es decir, ¿porque consideramos necesario saber quien hacía cada cosa y porqué?- Porque nos permite conocer cómo el ser humano pasó de una clara diferencia biológica a una división sexual del trabajo y la posterior dominación. El hecho de dar vida, esta primera división del trabajo en función del sexo, no implica la explotación de un sexo sobre otro ya que puede paliarse evitando la existencia de disimetrías en el reparto de trabajo. Ha sido el patriarcado quien legitima e institucionaliza una relación de dominación, inscribiéndolo en una supuesta naturaleza biológica. En la lucha contra el patriarcado es necesario el cuestionamiento por parte de los hombres de sus privilegios, y el trabajarse las masculinidades, es decir, abordarcómo afecta el género masculino a los hombres y como eliminar los roles de dominación, no interfiriendo en la lucha feminista sino empatizando y apoyando esta lucha mediante su propia lucha contra los roles patriarcales.

  • En un mundo atravesado por la instalación definitiva de un capitalismo basado y sostenido por el consumo, las mujeres representan una mercancía más. Esta sociedad patriarcal y machista nos considera objetos pasibles de ser comercializados, mercantilizados, utilizados…en fin: “objetos para ser consumidos por los hombres”. Al visualizar a las mujeres como objetos y no sujetos, se la despoja de sus derechos, convirtiéndose en blanco fácil de dominación y violencia, por parte de los hombres (no nos olvidemos que las estadísticas denuncian que el 95% de la violencia familiar, por ejemplo, se ejerce de los hombres hacia las mujeres y menos del 5% restante es de las mujeres hacia los hombres). Este sometimiento de los hombres hacia las mujeres se denomina “dominación masculina”, y se sostiene gracias al patriarcado. Este tema en particular, la “objetivación” de la mujer, se manifiesta claramente en la trata de personas para explotación sexual y laboral; situaciones a las que cientos de miles de mujeres son sometidas año tras año, por ser consideradas objetos pasibles de “compra y venta” sin derechos. La violencia doméstica es el tipo de violencia de género más conocida e instalada en el imaginario social. Es la que se desarrolla al interior de la pareja y se manifiesta en violencia física, psíquica o emocional y sexual. Sin embargo existe otro tipo de violencia, casi imperceptible, a la cual nos encontramos sometidas todas las mujeres desde que nacemos: la violencia simbólica. Esta violencia es la que recibimos desde los medios de comunicación, la educación, la moda, etc. Los estereotipos de género representan una forma en la que la violencia simbólica se manifiesta. Los mismos marcan lo que se espera de los varones y de las mujeres, asentando características particulares a cada uno de ellos y cada una de ellas. Así las mujeres debemos ser bellas, flacas, siempre jóvenes, estar a la moda, ser madres, etc. El lenguaje, como parte fundamental de lo discursivo, es una manifestación más de la violencia simbólica. El lenguaje, herramienta no inocente basada también en una desigualdad entre varones y mujeres, fue construido de manera tal que las mujeres quedaban excluidas de los discursos, generalizando siempre los mismos desde la connotación del sujeto varón. Esta lucha por deconstruir estasprácticas culturales patriarcales que nos han sido impuestas y que tantas veces reproducimos tanto varones como mujeres, debe ser una lucha de ambos sexos ya que el patriarcado explota a la mujer pero también determina un “deber ser” para el varón, nos impone estereotipos y nos impiden desarrollarnos libremente sexualmente, en los roles que ocupamos en la sociedad, etc. Por eso es un trabajo en conjunto por la liberación de ambos sexos, para que el género no sea condicionante ni nos indique como ser sin poder elegir libremente. Es una tarea de concientización, de desnaturalizar prácticas y de construcción de otras nuevas, de nuevas relaciones más humanas e igualitarias, equitativas sin ningún tipo de discriminación o explotación.


  • Gracias a la Antropología Cultural, hoy sabemos que también se puede hablar en plural de los patriarcados de igual modo que de las masculinidades; porque son construcciones simbólicas y políticas que varían cultural e históricamente. Para Pierre Bourdieu (1998), estas estructuras de dominación son el producto histórico de un trabajo continuado de reproducción al que contribuyen "unos agentes singulares (entre los que están los hombres, con unas armas como la violencia física y la violencia simbólica) y unas instituciones: familia, Iglesia, Escuela, Estado". Las definiciones acerca del patriarcado son innumerables; pero básicamente es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la autoridad y el liderazgo de unos pocos varones sobre el resto. En este sistema, según Dolors Reguant, se da el predominio de los hombres sobre la naturaleza, del marido sobre la esposa, del padre sobre la madre y los hijos, y de la línea descendente paterna sobre la materna. La ideología patriarcal se adapta, según Kate Millet, a todos los sistemas políticos y económicos: al feudalismo, al absolutismo, al comunismo, al capitalismo, a las democracias… pero aunque es compartida por muchas culturas humanas, existen sociedades igualitarias donde no se da la división del grupo en dos por razones de género. Es precisamente la existencia de este puñado de culturas no patriarcales lo que nos muestra que la subordinación de la mujer al hombre no es natural ni tampoco constituye un imperativo (bio)lógico. De este intento por dividir el mundo en dos esferas de realidad para rechazar la mitad incomprensible, oscura y cruel, es probable que derive el trauma occidental, y el dolor existencial de la modernidad. Nuestro mundo divide un proceso natural (construcción/destrucción, vida/muerte, pasado/futuro, orden/caos, masculino/femenino) en dos grupos opuestos entre sí, al contrario que la cultura y las religiones orientales, que siempre consideraron las dos caras de la moneda como un proceso integral, holístico. Oriente no lucha contra sí mismo y acepta la dualidad del mundo en un todo. Nosotros hemos perdido el todo, tenemos una enorme escisión entre razón y emociones bastante absurda (porque ahora hemos descubierto que las decisiones y los sentimientos se crean en la misma parte del cerebro y su proceso está indisolublemente unido), y nos sentimos mitades relacionándose torpemente entre sí. De alguna manera, la pérdida del sentido, el fin de las certidumbres, las contradicciones, generan aún más miedo y más necesidad de generar identidades fuertes contraponiéndolas a otras más débiles. El patriarcado se funda en un miedo ancestral hacia lo desconocido, que ha querido ser apartado, rechazado, sometido. Es una especie de reflejo de la impotencia y el sentimiento de inferioridad masculino con respecto al poder femenino, de ahí todo el sadismo ejercido sobre la feminidad. Moore y Gillette (1993) creen que el patriarcado es la expresión de la masculinidad inmadura e insegura, porque la verdadera masculinidad no es prepotente. "Nosotros vemos el patriarcado como un ataque a la masculinidad plena, así como a la feminidad plena. Aquellos que se encuentran atrapados en las estructuras y en la dinámica del patriarcado buscan dominar no sólo a las mujeres sino también a los demás hombres. El patriarcado se basa en el temor, en el miedo que sienten los hombres ante las mujeres, el miedo del adolescente y el del varón inmaduro a las mujeres y a los hombres de verdad". La parte luminosa de la cultura occidental no asimila lo otro o la muerte como parte de una misma realidad, de ahí quizás ese miedo profundo a lo que no quiere ser asimilado, a todo lo incognoscible o lo incomprensible. De ahí la traumática separación del varón adulto de su madre y del mundo de las mujeres; esta salida brusca del útero-paraíso le lleva a pasarse toda la vida definiéndose en contra de ellas, tratando de alejarse de la dimensión femenina de la vida para que su poder no lo devore. Anhela tanto como huye de la regresión al vientre materno, lugar donde estamos seguros y con las necesidades siempre satisfechas. Si aplicamos esta teoría al mundo en guerra que habitamos, es fácil entender que la batalla de sexos tiene su correlato en la guerra que el hombre blanco mantiene contra otros "otros" (los otros musulmanes, los otros negros, los otros comunistas…) Otros hombres que hablan otras lenguas, adoran a otros dioses, tienen otras costumbres y otras leyes que no son las occidentales. Otros seres humanos a los que hay que convencer de que nuestro sistema político y económico es el racional, el normal, el más conveniente. En ese acto de convencer se libran las luchas por el poder; no sólo en el ámbito político y social, sino también en el cultural. Por eso, aunque las leyes cambien a favor de la igualdad entre mujeres y hombres, el patriarcado, ese miedo ancestral a lo diferente, sigue habitando no solo en el interior de los dominadores, sino también de las dominadas, y es el campo en el que se libra la última batalla del feminismo occidental. La lucha consiste en crear relaciones igualitarias y mostrar modelos de mujer positivos, en incentivar la creación femenina, en desmasculinizar determinados mundos antaño reservados a los hombres (la ciencia, la literatura, el cine, la música, las artes plásticas). Tenemos que trabajar codo con codo para crear nuevas representaciones simbólicas que dejen de mostrar a la mujer haciendo su vida en torno a un hombre y sosteniendo un rol pasivo o sumiso, como es el caso de la Virgen María. Sólo alejándonos de los estereotipos femeninos creados por el patriarcado y empoderando a las mujeres lograremos el fin de la dominación masculina dentro y fuera de nuestros cuerpos y mentes. No se trata de endiosar de nuevo a la mujer, sino de reconocer sin temor su poder. Y en ese reconocimiento, los hombres han de aprender a compartir el poder de manera igualitaria, otorgando a las mujeres su importancia dentro de la sociedad y del mundo sin miedo a verse empequeñecidos o acorralados por esa toma de poder femenino. 
  • Algo tan natural como un hábito, como la secuencia misma del movimiento al caminar o cerrar los ojos al dormir, el patriarcado se aprende, nadie nace siendo machista u homofóbico, es tan poderoso que la mayoría de las veces no nos damos cuenta que estamos siguiendo patrones.

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